El
Puente Romano de Mérida y los vencejos reales
El
Puente romano de Mérida es uno de los monumentos más representativos y bellos
de Mérida, antigua Emerita Augusta. Fundada en el año 25 A. C. por el legado
Publio Carisio por orden del emperador Octavio Augusto para asentar a los
soldados eméritos de las legiones X y V que combatieron en las guerras
cántabras, se convirtió en la capital de la Lusitania y una de las ciudades más
importantes del imperio romano. Se constituyó en un importante nudo de
comunicaciones debido a la posibilidad de atravesar el río Anas (Guadiana),
gracias al puente que se construyó al mismo tiempo que la ciudad.
El
puente mide más de 790 m, con 60 arcos y unos 12 m de altura. En su
construcción original constaba de dos arquerías separadas por un tajamar que
servía para apaciguar la corriente del río. Este tajamar fue destruido por una
gran riada y en el siglo XVII fue sustituido por cinco arcos que unieron en una
sola arquería todo el puente. Además, ha sufrido remodelaciones desde tiempos
de los visigodos debido a los desperfectos ocasionados por batallas o grandes
avenidas de agua
Actualmente
se asienta sobre la cola del embalse de Montijo y divide la barriada de Nueva
Ciudad del resto de la ciudad, situada en la margen derecha. En esta
privilegiada situación, incluida en la Zepa del Embalse de Montijo, da refugio
a una variada fauna, con más de 170 especies de aves observadas. La presencia
de varias islas con abundante vegetación junto al puente lo convierte en un
privilegiado mirador desde el que se pueden observar cómodamente las
evoluciones de las nutrias (Lutra lutra)
mientras pescan a última hora de la tarde o cómo se alimentan de eneas con sus
enormes pies los calamones (Porphirio
porphirio). Es también una buena atalaya para, durante los meses estivales,
observar el continuo trasiego de varias especies de garzas camino de las
garceras situadas a pocos cientos de metros aguas arriba.
Pero
quizá las especies que más llaman la atención al turista que visita el
formidable monumento son los vencejos, en especial el Vencejo real (Tachymarptis melba). Cuenta esta especie
con varias decenas de parejas nidificantes, sobre todo en los huecos y grietas de
los sillares de los arcos que están sobre el agua.
Se
trata del mayor de los vencejos ibéricos, con más de 20 cm de longitud y una
envergadura de 57 cm. Su silueta en vuelo es característica, común a otras
especies de vencejos, con forma de ballesta y la cola con una ligera horquilla.
Es de color pardo claro, con dos características marcas blancas en el mentón y
el vientre, separados por un collar pardo. No existe dimorfismo sexual.
Se
alimentan de insectos voladores que capturan volando con el pico abierto como
si fuese un cazamariposas.
Es
una especie migradora, que llega a finales de febrero y primeros de marzo de
sus cuarteles de invernada en África ecuatorial y permanece en la zona hasta
finales de Octubre. Su número fluctúa de un año a otro y crían además en otros
puentes cercanos, como el Fernández Casado o el de la Autovía A-5. Por lo
general vive ligado a los cantiles de las montañas y sierras, aunque en
determinadas zonas elige las construcciones humanas para asentar sus colonias
de cría. En el muro del cercano embalse de Alange se asienta una colonia que
supera los dos centenares de parejas incluso en algunos años se acerca a unas
trescientas parejas nidificantes.
El
nido es una argamasa de pelusas, plumas, telas de araña, etc que atrapa en el
aire y que compacta con su espesa saliva, que al contacto con el aire se
endurece y forma una pasta con la que construye un pequeño cuenco en el que
pone 2-3 huevos de color blanco que incuba durante 20-21 días. Los pollos
permanecen en el nido algo menos de dos meses.
Los ruidosos “corros” que forma esta especie a
última hora de la tarde, con persecuciones a gran velocidad de decenas de
individuos a baja altura, son espectaculares y en desde cualquier punto del
Puente romano es posible observarlas. Estos “corros” comienzan a formarse al
caer la tarde. Las aves se comienzan a concentrar a bastante altura sobre el
puente y poco a poco van bajando hasta el punto de pasar a menos de dos metros
de altura sobre el pretil del puente, por lo que el espectáculo de ver pasar a
corta distancia más de veinte vencejos gritando a más de 150 km/h es increíble.
Así,
el Puente romano de Mérida aúna el poder disfrutar del impresionante legado del
glorioso pasado romano de la ciudad con la posibilidad de observar una de las
aves más veloces de todas las que surcan los cielos extremeños.
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